jueves, 10 de febrero de 2011

LA LIBERTAD Y LA PROPIEDAD

LA LIBERTAD
Entendida coloquialmente como un exceso de libertad, que permite delinquir o actuar al margen de la ley sin recibir ningún castigo, la impunidad es, sin duda, el reflejo más evidente del riesgo que se corre en una sociedad donde no hay un gobierno capaz de hacer valer el estado de derecho, así como de garantizar los derechos individuales de sus gobernados.
En casos así, la impunidad suele estar estrechamente vinculada con la corrupción y la simulación oficial, de manera que los delitos y demás excesos se vuelven cada vez más comunes y, lo que es peor, llegan a convertirse en costumbre social. Y es que la impunidad genera también una percepción generalizada de anarquía, donde finalmente son secuestradas las libertades más comunes y preciadas de la sociedad civil, tales como la libertad de opinar, la libertad de salir, de trabajar, emprender, la religiosa, la económica, de divertirse, de educar y, la más peligrosa de todas, la libertad de informar. No son casos literarios ni de ciencia ficción, novelas o guiones cinematográficos, situados en la Europa Oriental bajo la égida comunista o tal vez del continente Africano. Ese es el estado actual de la Venezuela de hoy y de sus ciudades más importantes. La escalofriante estadística de más de 170.000 asesinatos en el lapso de los últimos 10 años, sin que la justicia aplique sanciones, ha reducido a la nación venezolana a un ambiente de desasosiego, ausente de paz y cuya libertad ha sido literalmente secuestrada. Pero ¿quién tiene la culpa de semejante situación? ¿Acaso la corrupción o este gobierno incapaz de hacer su trabajo o tal vez el temor y la indiferencia de algunos sectores de nuestra sociedad?
La respuesta es compleja, pero no cabe duda de que ese libertinaje impune en cualquiera de sus expresiones es un flagelo que no se puede tolerar más, ya que más temprano que tarde terminará por destruir el tejido social y generará las condiciones para declarar un Estado fallido. Si lo que fomenta la impunidad es la ausencia de castigo para quienes cometen delitos, Caracas y su zona metropolitana, Maracaibo, Valencia, Barquisimeto, San Cristóbal, Puerto la Cruz, Puerto Ordáz y tantas otras ciudades son un ejemplo de esta cruel realidad en los últimos tiempos. Llegamos a ser un icono y ejemplo de país en desarrollo bienestar y progreso para los ciudadanos de esta patria. Gente solidaria y trabajadora, privilegió siempre la libertad como un valor fundamental de su proceso ascendente. Todo era posible en Venezuela: trabajar, hablar en público, transitar sin temores a cualquiera hora del día, emprender alguna actividad productiva o predicar o profesar cualquier fe religiosa. Esa sinergia permitió posicionar a Venezuela como un país atractivo para las inversiones, gracias a sus magníficos parques industriales, universidades de prestigio, a su elevado nivel de vida y a la posibilidad que se les daba a empresas prestadoras de servicios especializadas en comercio internacional.
SENTIDO DE LA PROPIEDAD EN LIBERTAD
La idea de que somos seres independientes, que obramos en función de valores propios, con metas y objetivos cada uno distintos, con relaciones afectivas muy particulares, de que cada uno de nosotros, es su vez similar en naturaleza y muy diverso, la aceptación de lo que es bueno para uno no es  necesariamente bien para el prójimo. Todo eso es la libertad. La afirmación de uno mismo es sencilla de comprender; la aceptación de que los demás también se afirman es un tanto más compleja. Es fácil decir que algo es propio. Más complejo es entender que así como está lo propio, está también lo propio de otro. Aceptar al otro es aceptar la idea de propiedad, que se adquiere universalizando el concepto de que algo es propio nuestro bajo la forma de una norma que elimine el uso de la coacción. Es impensable una vida independiente sin propiedad. 
John Locke señalaba que “si Dios hubiese dado el mundo a Adán y su herederos por sucesión, hubiese sido difícil, que hombre alguno, salvo un monarca universal, pudiese tener propiedad”. Este argumento tiene un trasfondo religioso. Si se siguiera ese camino, no podríamos negar alguna deidad que habilite el derecho de propiedad. Nos preguntamos entonces: “Cuando esa comunidad por orden divino termina para que nazca la propiedad”. Lo asumimos como un mero dogma, sin constatación. Las apropiaciones, por el contrario, es el impulso vital de la especie humana. El modo en que el hombre se conduce en sus acciones individuales, en búsqueda de su propia supervivencia, con olvido, o sin consideración de la “suerte”  de sus hermanos. En esa rutina de la supervivencia, el individuo establece relaciones y compromisos, no en general con la humanidad, sino con personas en particular a las que elige, o con las cuales entraba intercambios. Esos vínculos poseen diferentes valores para cada persona, inclusive, para cada uno de los involucrados en un mismo vínculo. La comunidad de bienes inicial no aparece en ninguna parte. Los países, las ciudades, las familias, dividen a la humanidad. Pero el bien de esa totalidad, no pareciera estar en la “agenda” de nadie. A lo sumo, el bien grupal, usando la idea de comunidad general de un modo parcial, aunque sea una contradicción.
En tiempos de Locke, había mucho más petróleo que en la actualidad; era imposible pensar que se trataba de un “bien” sin que se hubiera inventado el motor a explosión. Ese petróleo no era poseído, ni considerado útil, ni querido por nadie. No era entonces propiedad de alguien ni de todos. El problema de Locke en su análisis sobre la propiedad radica en su punto de partida. Sin ahondar en la cuestión religiosa, si Dios hubiera ordenado que todo es de todos, solo bastaría con cumplirlo. Sin embargo, el pensador inglés nos dirá que lo que aquél nos otorga en común para satisfacer nuestras necesidades será necesario aplicarle la razón, por lo que resultaría justo en consecuencia que ese esfuerzo sea recompensado con la apropiación. Además, dice: “Uno es “propio” de sí mismo, de su cuerpo antes que nada. Su trabajo es su cuerpo” Al combinar el trabajo con la naturaleza, nace la legitimidad de la propiedad. Ese agregado “propio” alcanza para excluir a otros hombres. Cuando un fruto es recogido del suelo se convierte en propiedad de quien lo levanta. “Cuando lo toma, lo come y lo digiere! No necesita la aprobación de un tercero o de la humanidad para su sentido de posesión.
La propiedad   privada es entonces la alternativa a la comunidad de bienes, de lo contrario podríamos perecer. Pero el razonamiento, más que una excepción a la regla, parece ser una lección de economía que contradice al propio Dios invocado.                                    
Según Hayek en su obra “El atavismo de la justicia social”, dice que el hombre tribal cazaba en grupo y la presa debía ser repartida entre todos los que participaban en la cacería. Eso constituye una regla igualitaria bajo esa razonable circunstancia. Como un atavismo, el igualitarismo podría haberse extendido a las sociedades modernas, donde ese esquema de producción ha variado de manera sustancial. En el caso señalado por Hayek, la regla no era consecuencia de un mandato original divino, sino del reconocimiento de lo que es propio, vale decir, lo que puso cada quien en la tarea de la caza. El principio romano de (poseo porque poseo) es una forma realista de encontrar un punto de partida que no requiera conectarse con el momento de la creación imaginado y con órdenes divinas reveladas. La propiedad no se acepta por una cadena de causas perfectas desde aquel primer poseedor, que nos lleva al planteamiento aristotélico de la existencia de una primera causa o Dios. La propiedad se fundamenta, en cambio, en el aquí y en el ahora y en el pasado conocido y pertinente. El poseer implica, en principio, que se es dueño del objeto poseído, así lo consideraban los romanos. El camino entonces de la justificación de la propiedad no parte de las reglas del universo (tampoco las cosas nuestras de hoy encuentran su legitimidad en la acción de un Adán apropiador), ni desde la lógica desprendida de la realidad de hecho, sino desde las reglas que formamos en nuestro mundo parcial y concreto para resolver cuestiones en particular.
La propiedad es una consecuencia de la naturaleza humana, pero no un mandato de ella. El colectivismo, por supuesto, tampoco lo es. Es momento de afirmar, sin embargo, que la propiedad privada es éticamente superior al colectivismo. El derecho de propiedad es un descubrimiento de la civilización y de la adquisición de la noción de costo/beneficio. Violar la propiedad, por lo tanto, no significa una traición a aquel “primer habitante” humano de la tierra que se asentó para sembrar el suelo. Es sencillamente la renuncia a la ética para conducirse en el aquí y en el ahora. ¿Qué más puede haber que eso?.
COSTRUYENDO EL CAMBIO
Se requiere un cambio profundo, radical, identificado con la Democracia y sus valores. No como el que pregona y practica Chávez y sus seguidores de Bolivia, Nicaragua, Ecuador y hasta la Argentina. Esa propuesta fracasó hace algunos años en el Perú con el General Velasco y le ocasionó un terrible daño a esa nación. Ese cambio que lidera el Presidente de Venezuela no tiene viabilidad y conculca derechos fundamentales. Las permanentes manifestaciones y protestas (más de 7.000) en los dos últimos años, son muestras del colapso de una forma de gobernar. Pero comprobar que en el subconsciente colectivo hay un germen creciente de hacer prevalecer los derechos individuales, no significa necesariamente una intención de cambio automático por parte de la población. El proceso pasa por una toma de conciencia y una gradual docencia ciudadana que abarque desde lo académico hasta la política activa.  Es aquí donde hay que poner el mayor cuidado en la elaboración de las tareas. Por un lado, la desidia y por el otro, un discurso equivocado, conspiran contra el propósito del cambio. La consistencia del mensaje, tal como se expresó brillantemente en el Evento del IFEDEC de Margarita, tiene que fundamentarse en una propuesta que atraviese todo el espectro de la realidad social venezolana y que por ende, trascienda. A tal efecto, es necesario consolidar una propuesta, que sustente el desarrollo de las libertades en su más amplio sentido, que defina con claridad políticas públicas en pro del beneficio colectivo, que sean permeables al tejido social venezolano, sin otro tipo de interese que se riñan con el bien común. Un mensaje creíble, diáfano, directo y muy concreto en las aspiraciones y sueños de nuestra colectividad. No hay que olvidar que la libertad, la propiedad y el desarrollo son valores intrínsicos a la esencialidad de este país.
Es un desafío que obliga a trabajar sin exclusiones, con el convencimiento de que todo es probable siempre y que aprendamos a tender puentes de entendimiento, se venzan los egos individuales y se destierre la idea de que solo los “iluminados” del pensamiento único son los llamados a vencer. Es una lucha por el hacer y no por el mirar. Hay que observar la premisa de que solo existe la ciudadanía si esta tiene libertad, es propietario y se le respetan sus derechos. En el IFEDEC se labora a diario para la concreción de un proyecto de país. Allí están a la disposición de todos, ideas, mensajes, proyectos y formulación de estrategias destinadas a vencer. 
CÉSAR YEGRES MORALES

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